Llámame raro. Lo digo como cliente más que como profesional del gremio. ¿Pero de verdad nadie se da cuenta de que un injustificado retraso a la hora de pasar la cuenta arruina el mejor de los servicios?
Me pueden haber dado a comer el mejor de los manjares. Servido la copa más refinada y trabajada de la noche. Escanciado el mejor de los culetes del mundo. Puedo estar en la mejor de las compañías, tener toda una noche de ocio por delante, o lo que es peor, tener que reincorporarme a mi jornada laboral. El servicio puede haber sido excelso. La sobremesa tener tintes de interminable. El retrogusto de aquel postre continuar en el paladar pasadas las horas.
Pero cuando llega el momento llega el momento, y cuando el cliente pide la cuenta sencillamente es que ya se quiere, o se tiene que ir.
En ese preciso momento hemos dejado de ser queridos por nuestro comensal, lamentablemente es el “Efecto kleenex” de nuestra profesión amigos y amigas. Los hosteleros somos amantes perfectos, pero amantes pasajeros, a los que se nos ama con pasión y se nos olvida con inmediatez. Proveemos la promiscuidad de nuestros pasionales clientes por ese motivo cuando nos quieren pagar nos están diciendo ni más ni menos que eso… Que nos quieren olvidar de inmediato porque tienen otro plan. Porque la velada sigue en otro local o al abrigo de la noche en el mejor de los casos, o porque el sueño se acaba y tienen que volver a la realidad de su rutina diaria.
No existe peor sensación de abandono por parte del cliente que el sentirse ignorado una vez que ha consumido en nuestro establecimiento y ha pedido educadamente la cuenta una, dos y hasta tres veces. Al traste se puede venir de una manera tan absurda el mejor de los banquetes, al garete el mejor de los servicios… Y de verdad que no están los tiempos para que nuestro cliente promiscuo y fácilmente infiel, se sienta ignorado.
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