Leo con detenimiento la extensa entrevista al presidente de la Denominación de Origen “Sidra de Asturias” (“Sidra d`Asturies”) que recoge el diario El Comercio, en su edición del 20 de Junio de 2013. Y me congratula.
Me congratula porque Eloy Cortina da buenas noticias en lo relativo al aumento de hectáreas de cultivo de manzano, aumento de litros de sidra asturiana producida con manzana autóctona acogida a la Denominación y aumento de llagares que se han decidido a abrir las puertas a la producción amparada por la D.O. Con todos los matices que se quieran o puedan aportar a esta información; Son buenas noticias.
Lo que ya no me congratula tanto es la información sesgada, por no decir interesada, que se pretende ofrecer al lector en torno a lo que es y no es sidra de Asturias o sidra asturiana. Y lo siento, no lo voy a entrecomillar. Porque hablando de sidra asturiana sobran las «comillas».
Quien me conoce sabe que soy un arduo defensor del producto agroalimentario asturiano, además de por mi profesión, por pasión y convencimiento propio. Pero ser un apasionado del producto agroalimentario propio y de calidad no significa estar dispuesto a comulgar con ruedas de molino. Y con esto no pretendo poner en tela de juicio la trayectoria de la Denominación de Origen “Sidra de Asturias” (“Sidra d`Asturies”) como órgano regulador de la producción de una sidra asturiana de calidad, elaborada con materia prima de origen local de una determinada selección de variedades autóctonas de manzana. Aunque seguramente todo sea mejorable.
Bien es cierto que cabrían muchas matizaciones en torno al porqué desarrollar una Denominación de Origen para un producto tan particular como la sidra asturiana; que en lo que se refiere a marcas de calidad se encontraría convenientemente amparada bajo el paraguas de una Indicación Geográfica que diera cobertura a toda la sidra natural elaborada bajo unos estándares mínimos de calidad. Una Indicación Geográfica que controlase aspectos tales como el de la importación de la manzana según la necesidad derivada del fenómeno de la vecería, o que directamente vetase la importación centroeuropea de cubas de mosto de manzana para su posterior fermentación en depósitos ubicados en los llagares asturianos, circunstancia ésta, desgraciadamente, cada vez más frecuente dentro del sector. De este modo ciertamente la manzana asturiana nunca va a ser capaz de sacarnos del bache, como pretende en su argumentario el presidente de la D.O.
Nuestras reglamentaciones en lo relativo a marcas de calidad asturiana están elaboradas a trompicones, como tantas otras cosas en esta tierra nuestra. En base a criterios subjetivos, a ocurrencias político-técnicas o lo que es peor, calcadas de otros productos ajenos que nada tienen que ver con nuestras realidades productivas. Y la sidra asturiana no iba a ser excepción.
Por eso me revelo, y me niego a defender que sidra de Asturias, o sidra asturiana sea exclusivamente la sidra “entre comillas” amparada por la Denominación de Origen “Sidra de Asturias”. Porque la sidra asturiana es algo que lleva siglos evolucionando con el pueblo asturiano y con su realidad, hasta convertirse en lo que hoy es. Porque la sidra asturiana es un producto exclusivo, con una botella exclusiva (por el momento), una forma de servicio exclusiva (el escanciado) y una cultura exclusiva y diferenciada. Y por encima de todo porque poniendo por bandera la defensa del futuro de un producto agroalimentario de calidad no se puede usurpar el legado etnográfico, cultural y económico que representa este producto, y mucho menos torpedear el presente del propio sector al que se dice defender.
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