Si nombramos Alemania y nos referimos estrictamente a motivaciones gastronómicas, que no políticas ni económicas, inevitablemente se nos vendrán a la mente dos o tres conceptos. Cerveza, exquisita y abundante cerveza de Baviera, chacinería y charcutería cocida, su tradicional col fermentada, o “Chucrut” (a un servidor le encanta) y carnes asadas, de cerdo y pollo principalmente. Resulta, cuanto menos chocante, el descubrir como este pueblo germano gusta de sentarse para beber, fundamental si se pretende disfrutar de una buena cerveza en cualquier templo del fermento cerealístico de Múnich, y no le importa comer de pie, en 10 o 15 minutos, en cualquier puesto de mercado o tienda de comida rápida. Cierto es también, que además de cervecero, el estado germano es tierra de grandes vinos, sobre manera los producidos en las márgenes del Rhin; en nuestra última visita disfrutamos de excelentes blancos de la variedad Riesling y de cavas alemanes que poco tienen que envidiar al mejor de los champagnes franceses.
Pero sin duda lo que resultara más que sorprendente, por desconocida, es la existencia de una importante tradición sidrera en Hessen, uno de los dieciséis Estados Federados que conforman Alemania, cuya capital es Wiesbaden, y en cuyo territorio se ubica Frankfurt, capital financiera y económica de Europa en la que se ubica el “controvertido” Banco Central Europeo (BCE). A escasas manzanas de los rascacielos donde se asientan las principales entidades bancarias de Europa nos encontramos el coqueto “barrio de la sidra” donde tradicionales tabernas están especializadas en el servicio del “apfelwein” (vino de manzana) acompañado de tradicionales viandas.
Resulta conmovedor, al menos para un cocinero asturiano amante de su gastronomía, encontrar multitud de paralelismos entre el mundo sidrero alemán y el de nuestra tierra. Salvando las distancias existente entre los productos todo parece evocar que en un tiempo nuestra sidra no tuvo porqué diferenciarse en tanto de la alemana… o viceversa. La sidra tradicional germana sigue consumiéndose dispensada desde atractivas jarras de cerámica (Bembels) que guardan una gran similitud con nuestra, por desgracia, casi desaparecida cerámica de Faro (Uviéu) o El Rayu (Siero) y que llegan a superar los diez litros de capacidad. Desde estos esbeltos recipientes, de diversos tamaños, se dispensa a vasos estriados (Geripptes) que pueden evocar a nuestros antiguos vasos varillados, en los que se consumía la sidra asturiana antes de que se consolidara el arte del escanciado.
A diferencia de lo que sucede en Asturies, la sidra puede consumirse en cualquier mercado de a pie, producida por los propios agricultores que comercializan verduras, otras frutas y las propias manzanas autóctonas clasificadas por variedades dulces, amargas, de mesa o sidreras. Paradójico también resulta poder disfrutar de sidras dulces (mostos de manzana) frescos y recién elaborados que se comercializan en estos mismos mercados, a granel, y clasificados según variedad. Nuestra “exquisita” legislación sanitaría se rasgaría las vestiduras ante comercializaciones de este tipo.
La sidra en Frankfurt se consume en tragos cortos o largos, según gusto. Bebida de con más o menos intensidad carbónica, según su grado de artesanía, cuando esta muy mortecina llega a “ayudarse” con la ayuda de un poco de agua carbonatada.
Es una sidra un tanto seca, con matices dulces según el tipo de manzana empleada, que gusta de la tertulia tanto como la nuestra y que afortunadamente, parece que comienza a hacerse un hueco entre las nuevas generaciones de consumidores, después de haber estado prácticamente al consumo de los mayores.
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