La noticia corría ayer como reguero de pólvora. El ministro salvador Arias-Cañete. Aquel, que en la era Aznar recorrió la península ibérica degustando chuletones en plena crisis de las “vacas locas”, de norte a sur y de este a oeste, demostrando empíricamente así su inocuidad. Aquel, que orgulloso hincaba el diente a sangrantes pedazos de carnes rojas en restaurantes y asadores, con el mismo arrojo que Manolo Fraga Iribarne se adentró a “tomar baños” en las aguas de Palomares tras el accidente en aguas del pantano de un avión cisterna estadounidense y un bombardero cargado de armas nucleares, daba una nueva vuelta de tuerca populista en base a su osadía y riesgo personal.
Semanas después de afirmar públicamente que él “no le tiene miedo a comer un yogur caducado” (ni usted ni nadie señor ministro) y argumentar con despecho que “yo abro la nevera, veo el yogur y sea cual sea la fecha de la tapa me lo como”, su ministerio da ahora un paso más, y dentro de una teórica estrategia para frenar el despilfarro alimentario (que así sea) hace desaparecer la fecha de caducidad de los yogures (28 días) dejando al criterio de los fabricantes el establecimiento de un periodo de consumo preferente, al igual que existe en el resto de Europa.
Tengo grabado en la retina un retazo de la infancia. Recuerdo, no a la perfección, pero casi casi, el privilegio que a los ojos de un niño tenían Jose Angel y Elena, mis primos de Uciu, en Ribeseya. Elena hacia unos meses que salía con Jose Luis, un chavalote con casa en Lloviu pero con familia establecida en El Berrón, la cual se dedicada a la distribución de yogures. Desde el comienzo de aquella relación, que hoy décadas después sigue, y bien fortalecida, en la casa de mis primos salían los yogures y postres lácteos hasta por las ventanas… o eso percibía yo desde mi sana envidia infantil. Eso sí, eran yogures y postres lácteos caducados. Nada que temer, riesgo absoluto, pues todo el mundo sabe, o debería de saber, que el yogur no es más que un producto de la fermentación de la leche a través de la adición de bacterias benignas. Los yogures no caducan, no se ponen malos, en el término estricto de la palabra, simplemente terminarán acidificándose en exceso si pasan lo indecible en nuestra nevera. Pero créanme, para una familia media con dos o tres niños que un yogur se estropee en la nevera no deja de ser algo así como la réplica de un film de ciencia ficción.
Que paradojas tiene la vida. En el reino de España, hasta ahora por obra y gracia de Arias Cañete, los yogures caducaban, mientras que en el resto de Europa no. En el reino de España, los artesanos queseros no pueden elaborar quesos con leche cruda de vaca de menos de dos meses de maduración, por nuestra seguridad alimentaria, mientras que en el resto de Europa, léase incluida Francia y Portugal, sí. ¿Seguridad alimentaria o defensa de los intereses de la gran industria? ¿Ustedes que opinan?.
Yo por si acaso, voy a ir desempolvando la yogurtera de mi madre, que debe de llevar sin utilizar la friolera de veinte años. Y os cuento un secreto, con ese aparato termificador, un litro de leche y un solo yogur industrial en casa podemos fabricar siete yogures mientras dormimos. Eso sí se llama evitar el despilfarro alimentario, comer sano, y ahorrar.
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